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Haciendo una prueba de quienes somos...

martes, 30 de marzo de 2010


Un nuevo planteamiento surge alrededor del caso Bulger, la brutal muerte de James Bulger, un niño de dos años, a manos de dos chicos de diez años en 1993 en Reino Unido. Los expertos e investigadores del suceso se preguntan si realmente esos niños pudieron nacer malévolos o si sus padres y educadores fueron parte responsable del crimen que cometieron.

Los niños que mataron al pequeño James, Robert Thompson y Jon Venables

La policía estaba segura que de que Jon Venables y Robert Thompson, los dos niños de diez años que acabaron con la vida de James Bulger tras secuestrarlo en un centro comercial aprovechando un descuido de su madre para después golpearlo y abandonar su cadáver en las vías de un tren para simular un accidente, eran los asesinos más jóvenes de Reino Unido.

No encontraron explicación razonable para justificar las atrocidades cometidas, por lo que su versión fue que los niños eran malévolos. Ahora, y a raíz de la detención de Venables después de 17 años por cometer un grave crimen sexual, lleva a expertos en el caso a plantearse no sólo si realmente pueden ser reinsertados con eficacia en la sociedad, sino también que quizá el mal no creciese en los dos niños de forma innata, sino que su entorno familiar fue tan responsable del asesinato de Bulger como los pequeños. Esa es la hipótesis que el Daily Mail maneja tras investigar el pasado de los niños.

Según esta teoría, los niños asesinos tienen algo en común: similares antecedentes familiares. Con esto, no quiere decirse que todo niño que crece en un hogar roto y violento, con una familia caótica, vaya a convertirse en un peligro para la sociedad, pero sí que se sabe que la probabilidad es mayor que si es educado en un entorno estable.

El pasado familiar de los asesinos de James Bulger pasó en su momento inadvertido. Al ser juzgados en un tribunal de adultos, sus padres y su ambiente se consideraron poco importantes.

Robert era el quinto de siete hermanos. Soportó durante su adolescencia que su padrastro, alcohólico agresivo, maltratase a su madre provocándole incluso un aborto. Su madre también se dio al alcohol. Los informes aseguran que Robert “creció con miedo a los demás”

Jon Venables aterrizó en el mundo en el seno de un hogar roto. Sus padres se divorciaron cuando tenía tres años. Su madre frecuentaba los bares y su padre era aficionado a vídeos de ultraviolencia y pornografía.

Queda preguntarse ahora qué estaríamos leyendo de Jon Venables y Robert Thompson de haberse criado en un hogar distinto.

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Lo que podría parecer una simple pesadilla de un niño corriente fue el adelanto de un brutal crimen. El diario británico Daily Mail ha difundido este lunes el dibujo que hizo Jon Venables, asesino del pequeño James Bulger, pocos días antes de cometer el atroz asesinato junto a Robert Thompson. En la imagen, hallada en la casa del padre de Venables, se muestra a un hombre con unos cuchillos reduciendo a dos personas cubiertas de sangre. Además, hoy la madre de James Bulger, Denise Fergus, ha pedido la dimisión de los responsables de la vigilancia del asesino de su hijo.

El dibujo, que Venables llamó "La casa de mis padres", muestra a un atacante con dos grandes cuchillos, uno en cada mano, reduciendo a dos personas que se encuentran en el suelo cubiertas de sangre.


La imagen, hallada en la casa del padre de Venables e inspirada en la película Halloween, muestra los pensamientos de un chico de 10 años acostumbrado a los malos tratos y que se crió en un hogar disfuncional.

Junto al dibujo aparece un texto, escrito por el propio Venables, que con numerosas faltas de ortografía y errores gramaticales describe la escena del film de terror.

El dibujo, al parecer, lo hizo días antes de que junto a Thompson llevaran a cabo el atroz asesinato de James Bulger, que en aquel entonces tenía sólo dos años.

El pasado miércoles, Venables volvió a ser detenido en Reino Unido debido a unas "acusaciones extremadamente graves", según aclaró en su día el ministro de Justicia británico, Jack Straw. La prensa británica explicaba días después que el arresto respondía a un "grave crimen sexual".

Según publica el Daily Mail, este lunes, el ministro Straw podría ofrecer más información respecto a la detención de Venables.

Precisamente, la madre de James Bulger, Denise Ferguson, espera reunirse con el ministro Straw para que le aclare que ha pasado con las nuevas acusaciones que recaen sobre el asesino de su hijo. La mujer ha explicado que lo primero que le preguntará a Straw será porqué se ha tenido que recordar de nuevo la historia de James. No ha querido dar más pistas sobre las cuestiones que planteará al mandatario para que no tenga tiempo de preparar sus respuestas.

Ferguson, en su primera entrevista en televisión tras la detención de Venables, ha exigido el cese de los responsables de su vigilancia. Además, ha dicho que si las acusaciones de delito sexual, que se rumorean recaen sobre el asesino de su hijo son ciertas, pasará mucho tiempo en prisión como debería haber ocurrido desde el principio.

También se ha mostrado contraria a que se le facilite a Venables una nueva identidad porque "ya nos hemos gastado suficiente dinero en él". "Los tres millones que nos ha costado ya se podían haber invertido en personas que lo necesitan más, por ejemplo, niños enfermos".

Fergus ha explicado que de nuevo no puede dormir y que ha dejado de comer. Además, ha tenido que sacar a sus hijos de la escuela y todo a raíz de la nueva detención de Venables.



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¿Hasta cuándo será culpable?

14/03/2010


Por Walter Oppenheimer - Londres

Reino Unido debate sobre el trato penal a menores - Jon Venables, condenado hace 17 años por asesinar al pequeño James Bulger, detenido de nuevo.

¿Anonimato o publicidad? ¿Rehabilitación o castigo eterno? ¿Justicia o venganza? ¿Hay que exponer en la plaza pública a un niño asesino? O, al contrario, ¿hay que elevar la edad a la que un niño puede ser juzgado como un adulto? Estas y muchas otras preguntas han acompañado el revuelo generado en Reino Unido la noticia de que Jon Venables, uno de los dos niños que en 1993 asesinaron a James Bulger, de dos años, ha vuelto a prisión. Venables estaba en libertad porque él y Robert Thompson tenían sólo 10 años cuando se llevaron de un centro comercial de Bootle, cerca de Liverpool, al pequeño James, lo torturaron y mutilaron hasta la muerte.

Juzgados como si fueran adultos, Thompson y Venables se convirtieron en los culpables de asesinato más jóvenes de la historia de Reino Unido, y fueron encerrados hasta su mayoría de edad. Tras ser condenados, el juez permitió que los medios divulgaran su identidad e incluso las fotografías que les hizo la policía al ficharles. En 2001, cuando al cumplir 18 años podían haber sido enviados a una prisión convencional, la Justicia les consideró rehabilitados y fueron puestos en libertad condicional. El Estado les garantizó entonces el anonimato.

Foto policial de Jon Venables a los 10 años.- AP

Pero, la semana pasada, el Ministerio de Justicia anunció que Jon Venables había sido detenido por violar las condiciones de su libertad condicional, sin especificar los motivos. El ministro de Justicia, Jack Straw, explicó que esa drástica decisión se tomó porque sobre Venables, que tiene ahora 27 años, recaían "acusaciones extremadamente graves".

La noticia reabrió viejas heridas que en realidad nunca han cicatrizado. La madre de Bulger, Denise Ferguson, exigió que Straw explicara esas acusaciones, pero éste se negó. No sólo para seguir protegiendo el anonimato de Venables, sino para impedir que, si es identificado, sus abogados puedan alegar que es imposible que tenga un juicio justo y acabe siendo absuelto.

Pero la hiperactiva prensa británica se lanzó a la caza y, tras afirmar primero que había sido arrestado por una pelea, ha tomado cuerpo la creencia de que ha sido acusado de tener pornografía infantil en su ordenador.

"El debate está empezando a girar en torno a si deberíamos o no saber lo que está pasando y cuánto de eso deberíamos saber", explica Ian Loader, director del Centro de Criminología de la Universidad de Oxford. "Están emergiendo dos corrientes de presión pública. Una que dice que deberíamos saber de qué se le acusa; esa sería la posición del diario The Sun. Y alguna gente, aunque muy poca, quiere que se le identifique. La posición del Ministerio de Justicia, y creo que tiene razón, es que no podemos saber de qué se le acusa porque, si realmente se le acusa de tener pornografía infantil, no puede haber muchos jóvenes de 27 años que vayan a comparecer ante los tribunales en los próximos dos o tres meses acusados de eso. Si sabemos cuál es el delito, inmediatamente será identificable. Y sus abogados probablemente serán capaces de demostrar que hay tanta presión que no hay forma de que pueda ser sometido a un juicio justo, lo que pone en peligro la posibilidad de que sea juzgado".

Loader opina que las cosas serían muy diferentes "si la identidad de los niños no hubiera sido revelada nunca y no hubieran sido juzgados en un tribunal de adultos, lo que hizo que el caso tuviera un impacto social mucho mayor". "Recientemente dos niños torturaron casi hasta la muerte a otro niño en el norte de Inglaterra. El asunto tuvo bastante publicidad, pero ninguno de los implicados ha sido identificado, y eso ha ayudado a moderar sus consecuencias.

El caso Bulger, en cambio, se ha convertido en una metáfora que nos sigue persiguiendo y que nos está llevando a un tipo de política de ley y orden mucho más emotiva, mucho más hiperactiva y frenética, mucho más centrada en torno a los prisioneros. En ese sentido, hoy seguimos viviendo las consecuencias de las opciones políticas que se tomaron en su día", señala Loader.

"Las víctimas se están convirtiendo en figuras públicas ejemplares, y mucho de lo que se ha hecho en política de justicia criminal se ha hecho muy explícitamente en nombre de ellos", reflexiona. "Muchas son cosas perfectamente legítimas, como darles información o intentar que el sistema les devuelva la confianza, pero a menudo toma una forma muy particular que parece negar todo derecho a los delincuentes. En Reino Unido se está dando por sentado que la víctima sólo puede ganar si a los delincuentes se les hace sufrir y se les priva de sus derechos", asegura Loader.

Los tabloides denuncian que el problema con Jon Venables es que nunca debió salir en libertad provisional dada la atrocidad de su crimen. Pero Maggie Atkinson, responsable de la Comisión para la Infancia, defendió ayer todo lo contrario en una entrevista en el diario The Times: "En la mayoría de los países de Europa occidental se trata de forma muy diferente a los jóvenes criminales. Sus sistemas son más terapéuticos, más basados en la familia y la comunidad, mucho más basados en la reparación que en simplemente encerrar al niño". Y defendió que la edad mínima para juzgar a un niño debería ser elevada de los actuales 10 años a 12. En su opinión, Jon Venables y Robert Thompson "no tenían que haber sido juzgados en un tribunal de adultos porque aún eran unos niños".


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lunes, 22 de marzo de 2010


14/03/2010

Por EFE-Tiflis


AL MÁS PURO ESTILO DE 'LA GUERRA DE LOS MUNDOS'

Georgia amaneció hoy alborotada por el incidente del sábado, cuando un canal de televisión dio un falso anuncio de una nueva guerra con Rusia, que estremeció al país y disparó las tensiones con la separatista Osetia del Sur. Centenares de ciudadanos indignados protestaron esta noche en Tiflis ante la sede de la televisión Imedi, que había sembrado el pánico al imitar informes sobre un nuevo conflicto bélico con Rusia y el asesinato del presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili.

El efecto del "reportaje especial", emitido en horas de máxima audiencia para animar el debate sobre la posibilidad de otra crisis en el Cáucaso, hizo recordar la histeria causada en EEUU por Orson Welles en 1938 con su espectáculo radiofónico sobre una invasión marciana basado en la novela La guerra de los mundos de H.G. Wells.

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martes, 16 de marzo de 2010

Diario Mercurio edición impresa, pagina 13

16 de marzo de 2008


El uso popular de diferentes aspectos relacionados con los años del Tercer Reich no parece novedad. El cine, la literatura y el arte se han hecho cargo tanto de masificar los horrores del Holocausto como de arrojar luces sobre la figura de Adolf Hitler y todos aquellos personajes que fueron claves en su ejercicio del poder. Sin embargo, con Huérfanos del mal, la última novela del francés Nicolas D’Estienne que llegará a las librerías chilenas en mayo, vuelve el análisis sobre uno de los pasajes más oscuros y controversiales de la historia alemana: el desarrollo del programa Lebensborn.

En Huérfanos del mal, dosificada, según D’Estienne, en “30 por ciento de historia pura y 70 por ciento de imaginación más o menos controlada”, una periodista es contratada para investigar la misteriosa fatalidad que ronda a los niños nacidos de un programa diseñado, en las décadas del ’30 y ’40, para producir la raza que poblaría al mundo.

El plan

Los hogares Lebensborn —“manantiales de vida”— se establecieron en Alemania en 1935. Ideados por Heinrich Himmler —ministro del Interior de Hitler— y encabezados por el coronel SS Max Sollmann, buscaban, originalmente, convertirse en casas de maternidad que protegieran a madres solteras o casadas y a niños legítimos e ilegítimos, a fin de evitar el aborto. Los niños eran bautizados frente a la cruz esvástica en un ritual que unía costumbres germánicas, nacionalsocialistas y cristianas. Sin embargo, con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial los propósitos del plan cambiaron y los hogares Lebensborn comenzaron a diseminarse por los países ocupados por los germanos, en busca de la creación de la raza aria perfecta que conduciría al mundo en el siguiente milenio. Se estima que 20 mil niños fueron el resultado de este proyecto que involucraba a una veintena de sedes en diferentes países: Noruega fue uno de los más afectados. La periodista, académica de la Universidad del Desarrollo y autora del libro Chile y los hombres del Tercer Reich (Sudamericana), María Soledad de la Cerda, señala que “para ingresar al Lebensborn, las mujeres embarazadas tenían que poseer ciertas características raciales, esto es, pelo rubio y ojos azules; debían demostrar que no tenían problemas genéticos y probar también la identidad del padre, que debía cumplir con los mismos criterios. Entre seis mil y ocho mil personas nacieron en estas clínicas en Alemania entre 1936 y 1945, y más de seis mil en Noruega durante la guerra”.

Lejos del pensamiento común de que los hogares Lebensborn eran verdaderos burdeles, en éstos se desarrollaban relaciones normales entre jóvenes mujeres con ciertos estándares genéticos que se embarcaban en uniones casuales con los soldados de la ocupación. Muchos niños fueron entregados en adopción para ser criados dentro de las costumbres alemanas, y otros fueron abandonados al concluir la invasión.

Según De la Cerda, que la historia haya tardado tantos años en salir a la luz podría obedecer a que el 50 por ciento de las madres vinculadas a Lebensborn eran solteras, lo cual resultaba muy mal visto hace algunas décadas. “Los padres, cuando se trataba de oficiales nazis, eran por lo general hombres casados que preferían mantener oculta su aventura amorosa”. El profesor de Historia de la Universidad de York, en Canadá, Michael Kater, se ha especializado en el tema y cuenta con un gran número de publicaciones relativas al nazismo desde diferentes ámbitos. El canadiense expone que las historias relacionadas con los hogares Lebensborn no pasan de ser falacias exacerbadas por los medios de comunicación: “Los oficiales de las SS eran animados a concebir hijos fuera del matrimonio, pero que hayan sido seducidos para fornicar con alemanas púberes es un largamente sufrido cuento de hadas”. Concuerda con la periodista chilena en que esta institución fue creada para recibir y criar hijos fuera del matrimonio que coincidieran con los estándares arios, pero le atribuye una función mucho más benéfica, como criar niños que habían sido robados de sus padres en países ocupados. Lejos de la perspectiva de acogida que propone la descripción de Kater, De la Cerda señala que, si bien los hogares Lebensborn derivaron en lugares de refugio para niños huérfanos, las razones serían bastante más oscuras: “A partir de 1939, los centros de Lebensborn en Alemania pasaron a ser utilizados para ocultar a los niños que los nazis consideraban valiosos en los territorios conquistados de los países del Este y cuyos padres habían muerto. A ellos se les cambiaba la fecha de nacimiento, se les proporcionaba una nueva identidad y se les convertía en perfectos alemanes. Muchos de ellos hasta hoy ignoran sus orígenes”.

Huellas de vida

Nicolas D’Estienne asegura que el trabajo de indagación para escribir su última novela fue arduo: “Tuve que hacer una verdadera investigación para la base de mi libro. No podía inventar; este tema es demasiado grave, demasiado duro”. No obstante, asegura que lo suyo es la literatura, a pesar de su interés en la historia y su reconocimiento de las tensiones que hasta hoy atraviesan Europa. El escritor señala que, durante su investigación, se dio cuenta de que “existe una verdadera conspiración del silencio en todos los países vinculados al tema —Alemania, Escandinavia, Francia, Holanda y Dinamarca, entre otros—, ya que muchos de los niños nacidos en los campos Lebensborn aún viven.

Si bien resulta complejo atribuir la verdad a una u otra versión, hay historias que permanecen a pesar del tiempo. Son los testimonios de cientos de personas que han alzado la voz en los últimos años para protestar por sus derechos. Se trata de los verdaderos “huérfanos” de esta historia, los niños que, muchos años más tarde, descubrieron sus orígenes y tomaron conciencia de haber sido parte de un proyecto de mejoramiento genético y cargan con la ambivalencia engendrada en la sospecha de descender de criminales implicados en el exterminio nazi. En 1999, la asociación Krigbarnforbundet Lebensborn presentó una demanda frente a un tribunal de Oslo en la que denunciaba que Noruega habría sido cómplice del plan eugenésico nazi, pero la Corte estimó que el delito, de haber sido cometido, ya estaría prescrito. Hace exactamente un año, más de 150 noruegos se presentaron frente a la Corte Europea de Derechos Humanos de Estrasburgo, en Francia, para protestar en contra de un país que, a su juicio, no tomó las medidas necesarias para que ellos no sufrieran el ostracismo social de ser considerados “hijos de nazis”. Claro, al término de la guerra, ninguno de los países ocupados quería persistir en la huella de las imposiciones alemanas, de las cuales los “niños Lebensborn” eran un triste recordatorio. En la ocasión reclamaron una compensación de 65 mil dólares para cada uno.

En 2005 nació la asociación “Huellas de vida”, un grupo de apoyo mutuo que preside la psicóloga Gisela Heidenreich, cuya autobiografía, El año infinito, da cuenta de su experiencia como “hija de la vergüenza”.

La línea divisoria

María Soledad de la Cerda estima que Lebensborn “es la cara más desconocida de la obsesión nazi por purificar la raza, puesto que así como por una parte eliminaban a los judíos, gitanos, enfermos o minusválidos, en resumen, a todo aquel que consideraban indeseable, por la otra seleccionaban a los padres que, por sus características físicas arias, debían ser los progenitores de los nuevos seres de raza perfecta”. El académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Joaquín Fermandois, llama a recordar que las políticas de higiene racial no fueron propiedad absoluta del Tercer Reich, puesto que “la idea del mejoramiento genético es una preocupación médica moderna que supera largamente al nazismo: está antes y después del nazismo”. Estas medidas institucionalizadas de selección de personas han sido, a su juicio, la tónica de muchos regímenes totalitarios de diferente signo político. El acento y la preocupación deberían estar en el resguardo de la ética, en ese sutil límite que separa las mejoras para el progreso de la humanidad, como aquellas relacionadas con la cura de enfermedades y su prevención, y las que tienen que ver con la discriminación a priori. “Hay un aspecto legítimo y uno ilegítimo, y toda la discusión bioética de la actualidad, que es parte de una discusión pública, está en definir qué es legítimo y qué no. La ciencia siempre nos va a arrojar estos problemas, y no se puede prohibir la ciencia”.

Más de 20 mil niños habrían nacido bajo el alero de Lebensborn.


Vocalista de Abba: la más famosa niña “Lebensborn”

El caso más conocido de una niña “Lebensborn” que se enteró sólo en la adultez de la verdad de su génesis es el de Anni-Frid Lyngstad, una de las vocalistas del popular grupo musical Abba. La noruega nació en noviembre de 1945 como fruto de la relación de Synni Lyngstad y el sargento alemán Alfred Haase. Treinta años más tarde, la morena cantante se reencontró con su padre, quien la reconoció y recordó con cariño la relación que había mantenido con la madre de Anni-Frid.

Su historia recrea el sufrimiento de muchos de los niños “Lebensborn” y sus madres. Tras el nacimiento de quien después sería mundialmente popular, su madre y su abuela fueron consideradas traidoras y destinadas al ostracismo en una aldea al norte de Noruega, donde afrontaron grandes penurias, yendo de un lado a otro para evadir el odio que existía hacia los alemanes.
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viernes, 12 de marzo de 2010


Mayo de 2007

por Paula Sayavera

Adolf Eichmann en el juicio

En los años 60, Stanley Milgram realizó un estudio psicológico que desveló que las mayoría de personas corrientes son capaces de hacer mucho daño, si se les obliga a ello.

La idea surgió en el juicio de Adolf Eichmann, en 1960. Eichmann fue condenado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la Humanidad durante el régimen nazi. Él se encargó de la logística. Planeó la recogida, transporte y exterminio de los judíos. Sin embargo, en el juicio, Eichmann expresó su sorpresa ante el odio que le mostraban los judíos, diciendo que él sólo había obedecido órdenes, y que obedecer órdenes era algo bueno. En su diario, en la cárcel, escribió: «Las órdenes eran lo más importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión». Seis psiquiatras declararon que Eichmann estaba sano, que tenía una vida familiar normal y varios testigos dijeron que era una persona corriente.



Stanley Milgram estaba muy intrigado. Eichmann era un nombre normal, incluso aburrido, que no tenía nada en contra de los judíos. ¿Por qué había participado en el Holocausto? ¿Sería sólo por obediencia? ¿Podría ser que todos los demás cómplices nazis sólo acatasen órdenes? ¿O es que los alemanes eran diferentes?

Un año después del juicio, Milgram realizó un experimento en la Universidad de Yale que conmocionó al mundo. La mayoría de los participantes accedieron a dar descargas eléctricas mortales a una víctima si se les obligaba a hacerlo.

El experimento

Milgram quería averiguar con qué facilidad se puede convencer a la gente corriente para que cometan atrocidades como las que cometieron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Quería saber hasta dónde puede llegar una persona obedeciendo una órden de hacer daño a otra persona.

Puso un anuncio pidiendo voluntarios para un estudio relacionado con la memoria y el aprendizaje.

Los participantes fueron 40 hombres de entre 20 y 50 años y con distinto tipo de educación, desde sólo la escuela primaria hasta doctorados. El procedimiento era el siguiente: un investigador explica a un participante y a un cómplice (el participante cree en todo momento que es otro voluntario) que van a probar los efectos del castigo en el aprendizaje.

Les dice a ambos que el objetivo es comprobar cuánto castigo es necesario para aprender mejor, y que uno de ellos hará de alumno y el otro de maestro. Les pide que saquen un papelito de una caja para ver qué papel les tocará desempeñar en el experimento. Al cómplice siempre le sale el papel de "alumno" y al participante, el de "maestro".

En otra habitación, se sujeta al "alumno" a una especie de silla eléctrica y se le colocan unos electrodos. Tiene que aprenderse una lista de palabras emparejadas. Después, el "maestro" le irá diciendo palabras y el "alumno" habrá de recordar cuál es la que va asociada. Y, si falla, el "maestro" le da una descarga.

Al principio del estudio, el maestro recibe una descarga real de 45 voltios para que vea el dolor que causará en el "alumno". Después, le dicen que debe comenzar a administrar descargas eléctricas a su "alumno" cada vez que cometa un error, aumentando el voltaje de la descarga cada vez. El generador tenía 30 interruptores, marcados desde 15 voltios (descarga suave) hasta 450 (peligro, descarga mortal).


El "falso alumno" daba sobre todo respuestas erróneas a propósito y, por cada fallo, el profesor debía darle una descarga. Cuando se negaba a hacerlo y se dirigía al investigador, éste le daba unas instrucciones (4 procedimientos):

Procedimiento 1: Por favor, continúe.
Procedimiento 2: El experimento requiere que continúe.
Procedimiento 3: Es absolutamente esencial que continúe.
Procedimiento 4: Usted no tiene otra alternativa. Debe continuar.

Si después de esta última frase el "maestro" se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

Este experimento sería considerado hoy poco ético, pero reveló sorprendentes resultados. Antes de realizarlo, se preguntó a psicólogos, personas de clase media y estudiantes qué pensaban que ocurriría. Todos creían que sólo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo. Sin embargo, el 65% de los "maestros" castigaron a los "alumnos" con el máximo de 450 voltios. Ninguno de los participantes se negó rotundamente a dar menos de 300 voltios.


A medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno", aleccionado para la representación, empezaba a golpear en el vidrio que lo separa del "maestro", gimiendo. Se quejaba de padecer de una enfermedad del corazón. Luego aullaba de dolor, pedía que acabara el experimento, y finalmente, al llegar a los 270 voltios, gritaba agonizando. El participante escuchaba en realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si la descarga llegaba a los 300 voltios, el "alumno" dejarba de responder a las preguntas y empezaba a convulsionar.

Al alcanzar los 75 voltios, muchos "maestros" se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".

En estudios posteriores de seguimiento, Milgram demostró que las mujeres eran igual de obedientes que los hombres, aunque más nerviosas. El estudio se reprodujo en otros países con similares resultados. En Alemania, el 85% de los sujetos administró descargas eléctricas letales al alumno.

En 1999, Thomas Blass, profesor de la Universidad de Maryland publicó un análisis de todos los experimentos de este tipo realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que aplicaban voltajes notables se situaba entre el 61% y el 66% sin importar el año de realización ni el lugar de la investigación.


Vídeo relacionado con el tema

Parte I


PARTE II

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lunes, 8 de marzo de 2010

Elpais.com

Arturo Barba - México D.F.

04/03/2010

Un equipo científico internacional descarta que la extinción fuera debida a varios bólidos o a volcanes

Ilustración de dos ejemplares representativos del ecosistema final del cretáceo poco antes de la extinción de hace 65 millones de años- MUSEO NATURAL Y DE CIENCIA DE DENVER

Con una potencia equivalente a mil millones de bombas atómicas de Hiroshima y una masa 10.000 veces mayor a la población humana mundial, un asteroide de entre 10 y 14 kilómetros de diámetro golpeó la Tierra en lo que hoy es la península de Yucatán, México, hace 65 millones de años.

Sin tocar el suelo del planeta y al primer instante de entrar a la atmósfera terrestre a una velocidad de más de 44.000 kilómetros por hora, el bólido del tamaño de la isla de Manhattan desencadenaría un verdadero infierno que extinguiría el 75% de las especies de animales y plantas de la superficie del planeta y el 50% de las especies marinas. Así, la naturaleza habría puesto fin al extendido reinado de más de 165 millones de años de los dinosaurios, dejando una capa geológica de sedimentos que cubrió el planeta entero, cuyo espesor va de kilómetros en el lugar del impacto hasta 10 o 15 centímetros en Europa y Norte de África.

De acuerdo con un estudio que se publica esta semana en la revista Science, realizado por un equipo internacional de 41 investigadores, se ha reafirmado con evidencias geológicas recabadas en varias partes del mundo que un único impacto ocurrido en lo que hoy es la comunidad de Chicxulub en Yucatán, fue el responsable de la extinción total de los dinosaurios.


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jueves, 4 de marzo de 2010

BBC Ciencia

2/03/2010

El poderoso terremoto de magnitud 8,8 que sacudió a Chile pudo haber inclinado el eje de la Tierra y como consecuencia los días serán más cortos.

Esa es la conclusión Richard Gross, investigador del Laboratorio de Propulsión Jet de la agencia espacial estadounidense, NASA.

El científico utilizó un complejo modelo con el cual obtuvo un cálculo preliminar que revela que el sismo pudo haber acortado 1,26 microsegundos (un microsegundo equivale a una millonésima de segundo) la longitud de cada día en la Tierra.

Lo que sorprendió más al doctor Gross, sin embargo, es cómo el terremoto pudo haber inclinado el eje de la Tierra.

Según el investigador el movimiento telúrico habría inclinado el eje terrestre en 2,7 milisegundos de arco (unos 8 centímetros).
Este mismo modelo calculó que el terremoto de Sumatra-Andamán de magnitud 9,1 en 2004 pudo haber acortado la duración de los días en 6,8 microsegundos e inclinado el eje terrestre en 2,32 milisegundos de arco (unos 7 centímetros).                                        


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lunes, 1 de marzo de 2010

El jueves.es

19 de Enero de 2010

Si invertisteis en la epidemia que iba a diezmar Europa, podéis culpar de vuestras pérdidas a farmacéuticas o a la prensa


Después del fiasco de la gripe A, que ya está de capa caída, a alguien se le tendría que caer la cara de vergüenza. Como eso casi nunca sucede espontáneamente, podríamos empezar a señalar con el dedo. Empezaremos por la prensa, que se fue animando cuando la cosa todavía estaba en México y acabó anunciando esta cepa de gripe como la pandemia más mortífera que habíamos conocido desde la peste bubónica. Luego iremos a por los gobiernos, nacional y autonómicos, a los que quizá les convendría fomentar este estado de alarma para distraernos de problemas más acuciantes, cuya solución sí estaba en sus manos. Y, naturalmente, las farmacéuticas: esos señores a los que tanto la histeria mediática como la sobrerreacción de los políticos ha venido de perlas (si no es que la han provocado ellos) para forrarse a costa del miedo. Todas esas caras deberían estar en el suelo. Podríamos pavimentar una calle con ellas.
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